Ya en 2007 la OCDE sostenía que la capacidad de innovar y de llevar la innovación al mercado serían determinantes clave de la competitividad mundial de las naciones en la siguiente.
La innovación permite que las empresas adquieran una ventaja para penetrar más rápidamente en los mercados, y permite además una mejor conexión con los mercados en desarrollo, lo cual deriva en mejores oportunidades. Una empresa con una cultura de innovación crece con mayor facilidad (Henderson, 2017). Según Boyles (2022), la innovación requiere la colaboración con terceros, superar la resistencia de las partes interesadas y dedicar tiempo y recursos para generar soluciones.
En el sector corporativo, se reconoce cada vez más que las redes y la creación de redes son fundamentales para la innovación. Y las redes giran en torno a las personas: comunicarse, ayudarse, involucrarse. Las redes por sí solas no generan masivamente innovación; pero una vinculación activa favorecerá el desarrollo de una cultura innovadora. Cuando uno quiere implementar una nueva idea o convencer a otras personas de que lo hagan, es más fácil si se cuenta con una red densa. (Perle, 2016).
Distintas investigaciones indican que las redes potencian los resultados de la innovación y la competitividad de las empresas en diversas industrias. Las actividades de vinculación mejoran el desempeño de la innovación y la productividad. Según los trabajos de Finquelievich, Feldman y Girlomino (2017), el análisis de los ambientes de la innovación requiere reflexionar sobre la articulación problemática entre las instituciones del ámbito académico, los sectores productivos y gubernamentales.
Ellos sostienen que la corriente de los economistas de la innovación priorizó el estudio de las capacidades empresariales y el emprendedorismo del sector privado, sin considerar la importancia del vínculo con otros actores como los gobiernos locales o las universidades. Por otro lado, desde el sector público, se puso énfasis en la inversión en investigación y desarrollo y sus aportes al cambio tecnológico. Casas señala que “se ha podido confirmar que lo que requieren muchas empresas y sectores productivos son conocimientos de toda clase que en ocasiones están acumulados en las instituciones académicas y que han mostrado su utilidad para mejorar sus procesos productivos y organizativos y hacerlos más relevantes en términos económicos y sociales” (2002: 423).
El intercambio, circulación y flujo de conocimiento entre los actores de la innovación resulta un elemento clave para promover y fortalecer los procesos de innovación socio-tecnológica locales y regionales. La formación de redes de conocimiento permite conformar y consolidar sistemas locales de innovación capaces de promover el desarrollo económico y social en los territorios. Asumir su importancia implica superar los enfoques lineales de la innovación que plantean que ella requiere de determinadas condiciones objetivas y estructurales, vinculadas a los conocimientos de las empresas y el capital social, y no tanto a las redes que generan los actores sociales y productivos. La conformación de estas redes alienta la innovación a poner el conocimiento a disposición de diversos actores sociales y productivos. Compartir el conocimiento permite democratizar las capacidades científico-tecnológicas de desarrollo, una actitud abierta en este sentido resulta fundamental.